El Amor Misericordioso de Cristo

Un Corazón que Ama, Acoge y Transforma

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El mes de junio es un tiempo especial para toda la Iglesia, dedicado a contemplar el Sagrado Corazón de Jesús, la mayor expresión del amor divino revelado en Cristo. Para las Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús, esta devoción es la fuente y el centro de nuestra vida espiritual, misionera y comunitaria. En este tiempo, somos invitadas a dirigir nuestra mirada al Corazón traspasado de Cristo, de donde brotan la misericordia, el perdón y una ternura que nunca falla.

Un Amor que se Dona sin Medida

El Corazón de Jesús revela un amor que nunca se cansa, un amor que se inclina hacia cada persona, especialmente hacia quienes más sufren. Es un amor que cura heridas, consuela los corazones rotos y permanece fiel incluso frente al rechazo. Como escribió santa Margarita María de Alacoque: “Este Corazón arde de amor por los hombres y no se ahorra nada para mostrarles este amor.”

Misericordia: El Lenguaje del Corazón

A lo largo de su vida pública, Jesús tocó las realidades más duras con compasión y ternura. La misericordia no era solo un sentimiento para Él, sino una manera de actuar. Acogía a los pecadores, perdonaba a quienes habían fallado y se acercaba a los marginados. En el Corazón de Cristo encontramos esperanza para comenzar de nuevo, la certeza de ser profundamente amados y la llamada a la reconciliación.

Vivir el Amor Misericordioso

Como Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús, estamos llamadas a ser signos vivos de este amor misericordioso. Esto significa amar con generosidad, perdonar con valentía, servir con humildad y estar al lado de quienes más necesitan cuidado y escucha. Cada gesto de bondad, cada presencia silenciosa, cada palabra de aliento hace visible el Corazón de Cristo en el mundo.

Una Invitación a Confiar

En este mes del Sagrado Corazón, dejémonos tocar por este amor que transforma. Confiar en el Corazón de Jesús significa reconocer que no estamos solas, que hay un Amor mayor que sostiene nuestras luchas y alegrías. Él sigue diciéndonos: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

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